martes, octubre 30, 2007

Octubres

Oigo desde la ventana una pelota que rebota en la calle seguida de pasos ágiles. Tomo agua, leo en el sillón, tomo agua. Entra un aire refrescante que huele a un recuerdo de mar mezclado con un niño que golpea la pelota y corre tras ella. Los restos del otoño acarician las veredas con hojas secas que imitan el sonido de la lluvia. Pero no, no llueve. Tengo la boca seca y la musculosa se me pega al cuerpo. Oscurece. No sé que tan tarde puede ser.
El timbre me sobresalta. Carlos llega antes que Carola. No sabe si van a ir algún lugar a comer o cenan en casa. Ame, la enana, se quedó en lo de una amiga, después del parcial. Sufre mucho durante los parciales y yo tan inepta de poder arrancarle los retorcijones y los nervios.
Llega Carola: se van a cenar. De vuelta, se oye la pelota rebotar en la calle, las hojas secas rozar la vereda y
-el tiempo
discurre sin percibirlo. Encuentro, adentro de un libro de viajes que pretendía leer, una foto en la que posamos en el hall de casa. Carola disfrazada con el vestido de novia de la abuela, Ame metida en un vestido azul de matahari del que le baila el escote y le pisa la cola, Ale vestida años 60 y yo con un rojo furioso en los labios, sostengo la falda del vestido colorido.

Esto ayer. Ame recién comenzaba a dejar manchas en el uniforme de primaria que había sido mío. Ale mira el piso con una sonrisa tímida, la misma que tenía cuando me mostró el estudio de abogado donde cada tanto recibe nuevos casos. Llaman y piden hablar con la Dra. S., la misma que planea formar una nueva familia.
Hoy, este mismo día, hace unos años organizaba las fiestas de cumpleaños de Ame. Hoy, la enana, que no nos llegaba ni a los hombros subida en tacones, nos iguala y a algunas, por poquitín, nos pasa.
En este mes a mis tres hermanas se les suman un año más, también a una amiga. La última vez que volvimos a estar todas juntas fue en el casamiento de un primo.
Me voy a cocinar una torta.

jueves, octubre 25, 2007

el Tiempo


El tiempo como el trance que trepa hacia el trayecto tangible y trenzado. Terreno tortuoso y tranquilo que se transita con tropiezos y triunfos. Tímido trance. Taciturno. Termómetro del temperamento que termina sin tolerar el tiempo.

Fotografías:

1 y 2 tango en la calle.
3 y 4 las tome el fin de semana en P. del E.: la primera, mi pájaro preferido en un árbol de casa y la segunda, a contra luz (apílenlas para verlas mejor).

Ventanas

Hay ventanas que se abren al exterior y otras, se cierran, herméticas, en el interior. Adentro, el aire se estanca, viciado y asfixiante. Abierta al exterior, el aire se renueva e irradia de luz el interior. Si bien hay muchas ventanas, ninguna puede permanecer clausurada por mucho tiempo. Puede entrar bullicio y serenidad entre las aberturas de las construcciones desgastadas y paquetas que conviven en el mismo barrio.

Fijas en su decorado o desprovistas de él, interactúan inmersas en un entorno desolado o cimentado. Ventanas sostenidas en vigas roídas y firmes como testigos del pasado o construidas sobre vigas recién colocadas como espectadoras de lo que vendrá. En el presente, se combinan en colores, estilos y formas distintas, pero idénticas en esencia: ventanas que se abren y cierran al exterior.

P.d.: Ventanas de Ciudad Vieja del 19/10/07.

lunes, octubre 22, 2007

Niños

“Los animalitos corrían alrededor de la roca...”, leía.
-No se dice “roca”, se dice “pierra”, contestó el niño de tres años.
-Es “piedra”, ¿te sale?
El nene se quedó pensando.
-Me sale “monstruo”.

P.d.: Al lado de los angelitos unos diablitos de la Plaza Matriz.

Marketing con foto

Saco una foto a la fachada de una casona derrumbada en Ciudad Vieja cuando oigo hablar a un hombre. Miro a la fuente de la voz que me entrega un folleto y me señala un angosto restaurante. Al ver a otros caminantes, desaparece con una sonrisa que le marcan las arrugas. Con el folleto del menú en la mano caigo en que no había almorzado. Debían ser las cuatro de la tarde. Sin mucha hambre entro en el local y pido una ensalada.
De las paredes cuelgan láminas de paisajes montañosos de Japón y bolas fruncidas de papel escarlata. La dueña, uruguaya, mientras pone los individuales y sirve la bebida, me cuenta de que se casó con un japonés. El martes abrió el restaurante.

El tipo que me entregó el folleto se apoya en la barra junto con un japonés. “Es cuestión de marketing: me acerco con una sonrisa, le entrego el folleto amablemente y le señalo el local. Es marketing, marketing”, le explica como un catedrático al de los ojos rasgados.
Entre fotos de funerales con comidas, fotos de avenidas luminosas, fotos de ceremonias con kimonos termino la ensalada y retomo a la actividad fotográfica.

Fui a hacer un trámite en Ciudad Vieja, por casualidad tenía la cámara y empecé a sacar fotos. Estuve de aquí para allá de la mañana hasta que no había sol.

P.D.: La imagen es la que estaba sacando cuando oí la voz el viernes-