Desde las alturas, en una casilla de madera, vigilan como águilas prontas para la acción, tres guardavidas. La melena negra cae sobre las piernas esbeltas y bronceadas de una mujer que, sentada en la arena, se unta protector solar mientras una rubia con un mini bikini a rayas ya está en posición de adoración al astro rey. Un guardavidas, en las alturas, observa a través de binoculares el panorama privilegiado de la playa Montoya. En la orilla corre otro guardavidas con su short rojo al estilo de los Baywatch de la serie televisiva. “Se hacían los tontos, par de inconscientes” expresa en con un tono imperturbable José Luis, el guardavidas, tras haber silbado, varias veces, a dos bañistas que se encontraban en la zona de riesgo. Las rocas determinan la zona de riesgo la que está señalizada con banderas y carteles. Nada de glamour ni privilegios reminiscentes de las pantallas, el guardavidas tiene mucha responsabilidad. Esto me lo hace saber José Luis: “Es un trabajo muy estresante”, me explica con la piel tostada y los labios blancos del protector solar. Desde que empezó la temporada, tuvieron cuatro rescates, la mayoría ocurren entre el primer y segundo banco de arena. “Si bien las olas son el principal atractivo para los chiquilines”, señala el guardián de la costa y agrega “también resultan ser lo más peligroso”. José Luis mira insistentemente su refugio en las alturas, quiere subir, desde ahí, tiene mejor visión.
Los grupos de adolescentes que invaden el parador, al desaparecer el Sol evacuan la playa, mientras los guardavidas permanecen en su altar custodiando la vida de las personas.
sábado, enero 06, 2007
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2 comentarios:
No hay nada como un guardavidas gordo, eso sí es un espectáculo...
Si encontrás uno, avisame.
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