Las personas que viven en el campo son naturalmente sencillas, tanto en la vestimenta como el lenguaje, las comidas o su vida. Son trabajadoras y tranquilas, los ruidos extraños las asustan y el pueblo las marea. En campaña, uno es el mismo descalzo que con zapatos, y en la ciudad, para ser alguien , necesitás vestir marcas. Cantan el himno nacional con el sombrero sobre el corazón. Tienen una fiesta en el año, la Patria Gaucha, la fiesta del norte, del pago más grande de la patria como anuncia un cartel en la entrada de Tacuarembó. En esa semana de festejos se reúnen con otros paisanos, llevan sus mejores vestimentas y estrenan sus mejores caballos. Pasean a caballo o caminando, vestidos con bombacha, rastra, facón de plata, camisa blanca y, algunos, chaleco de cuero. Su moda es la misma que hace siglos. Las vidrieras de Tacuarembó ofrecen prendas de última moda junto a los vestidos de las chinas y las bombachas, la fajina, la boina y las botas de los gauchos. Los niños quieren ser jinetescuando sean grandes , se sacuden arriba de un tronco y revolean un trapo.
Estoy en una habitación de un rancho de barro y paja, y escribo en una libretita: "La nena no llega a la barra de la parrilla. El padre pide a gritos al mozo una coca. El murmullo de los clientes de las mesas se mezcla con la música en vivo de un payador. Todo es confuso: el humo y el olor a asado."
Estoy en una habitación de un rancho de barro y paja, y escribo en una libretita: "La nena no llega a la barra de la parrilla. El padre pide a gritos al mozo una coca. El murmullo de los clientes de las mesas se mezcla con la música en vivo de un payador. Todo es confuso: el humo y el olor a asado."
Cruje la puerta de madera del rancho. Con permiso, anuncia un gaucho, y sorprendido al encontrarme, se saca el sombrero para entrar. Camina en puntas de pie, con un vaso de plástico en la mano, hasta las damajuanas de vino. Disimulo, muevo la lapicera mientras lo miro de reojo. Él también me mira. Voy a probar la Parmalat. Claro, como si sus cachetes colorados no delataran sus otras catas. Le sonrío cómplice.
"El mozo les trae lo ordenado. Las manos hinchadas y ásperas del padre le entregan un billete de mil pesos, tal vez los únicos que le quedan. El mozo no entiende lo que le pide la nena, ¿querés agua o Fanta? Te la cambio." Desaparece el gaucho con su vaso lleno de vino, su facón de plata y sus pasos silencioso.
"¡Bombilla!, grita la nena entre el ruidaje del lugar, ¡bombilla! El mozo le entrega una pajita."
2 comentarios:
Bien. La naturaleza nos desnuda.
Y nos viste.
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