
En el ómnibus, una mujer apretaba contra su pecho una bolsa repleta de cuadernolas, hojas de doble raya y hojas de garbanzo, que sobresalían. La mujer, sentada en el asiento de lisiados junto a su hija, lucía risueña. Vestía con vaqueros gastados y con una blusa celeste desteñida por el uso. Sonriente, al contrario de su hija, sostenía los nuevos útiles contra el pecho. En el ómnibus se oían las promociones radiales de celulares por la vuelta a clases.
Un niño se sentó donde estaba la mujer con las bolsas de los útiles. Su expresión pícara no concordaba con el pulcro uniforme escolar que vestía: la túnica blanca con una moña bien armada y alpargatas naranjas relucientes.
Este viernes lo volví a ver en el ómnibus con la misma expresión traviesa y con los puños de la túnica que requerían una buena lavada, la moña deshilachada y las alpargatas negras.
Empezaron las clases para niños y para padres, así parece, a pesar de la resistencia en algunas escuelas.
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