Algunos recuerdos que traje de la capiti porteña:
Me pareció ver a Cortázar en el tercer piso de un edificio de San Telmo. Un rato antes había descubierto un altillo vidriado.
Vi a un pequeño de tres años arrullarse con canciones de Los Redondos en el tren hacia San Isidro. Entrecerraba los ojos con "Si a tu perro le gusta ladrar..." y los abría como platos cada vez que el padre amagaba con apagar la música rockera del celular que sostenía cerca del oído del hijo (a propósito, ayer me desvelé con The Boat that Rocked, la nueva comedia del director inglés Richard Curtiny, y a pesar de que la historia es flojita, vale la pena mirarla sólo por la música).
Hay más. Ante una escultura construida con desechos de electrodomésticos y de partes de autos, una niña preguntó a la guía del Museo de Bellas Artes de Buenos Aires si se hizo "eso" sólo para mirar, y agregó sin esperar respuesta: ¡Qué mamaracho!
Copié esta cita de una entrevista a Francisco "Paco" Parrúa (editor que lanzó en Argentina Cien años de soledad y Rayuela): "En la lectura encontraba cierta explicación, después supe que se llamaba narrativa: las reglas bajo las cuales uno ordena su propia vida y le da un sentido".
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