“¿Va a tomarse un Cutcsa?”, la pregunta vino de un hombre que debería tener cincuenta, pero aparentaba más por el aspecto sucio: barba canosa, pantalones roídos y remera desgastada. Quería venderme un pasaje de Cupsa. Me lo mostró y dijo que se lo acabó de dar una señora. “Tengo hambre y quiero volver a mi casa”, afirmó. Estábamos al lado de una panadería. Le pregunté si no prefreía que le compre algo ahí. Pero no. “El boleto vale $15, 50”, me aclaró. Me enseñó una vía que le colgaba del huesudo brazo y contó que venía del Clínicas. Abrió el puño cerrado dejando al descubierto su tesoro: menos de seis monedas que le habían dado las enfermeras. Yo llevaba 200 pesos. Traté de hacer cambio en la verdulería, pero sólo me dieron dos billetes de 100.
Hay dos cosas que me quedaron grabadas de ese hombre: una, cuando me dijo que no tenía maldad y se le traslucía en la mirada, y la otra, cuando me sonrió alegre y saludó con el brazo extendido al ver que le había dado un poco más del valor del pasaje. El chofer me dio el cambio.
P.d.: La tomé de topocho.
3 comentarios:
¡Eres demasiado buena! Pide plata para comer y luego le ofreces comprar comida y rechaza. Sospecho. Ese dinero va para vino.
¡Qué bruja mal pensada que soy!
Usé el pasaje que valía un boleto, como me había dicho. Le creí,no tenía maldad.-
Esto ocurrió hace algunas semanas y lo escribí porque cuando se lo conté a una amiga, hace poco, me dijo lo mismo que tú.
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