jueves, agosto 02, 2007

¿Qué ves?


Ocurrió una mañana cualquiera. Me levanté intentando recordar el sueño tormentoso que me había despertado cuando, sin previo aviso, sucedió . Así, como cuando acontece lo inesperado e impredecible que sorprende y sobresalta a su presa. Y así, sin más, el ojo izquierdo me susurró. No fueron unas palabras cálidas que se podrían esperar de un elemento fundamental del cuerpo, sino que fueron cortantes y punzantes, hasta criticonas. “¿Te sorprende? ¿Te viste dormir? ¡Eh! A-rro-lla-da como un ovillo de lana. Y querida, las personas normalesss (hizo énfasis en esa palabra, el desgraciado) descansan cuando duermen, y en esa distinción, tú precisamente no entras.” Frenética, me froté los ojos, pero la fastidiosa vocecita no paraba. “Todo el día dale que te dale, de aquí para allá, taladrando el tecleado frente a la computadora.” Corrí al baño para mirarme al espejo, pero lo único que vi fue el ojo izquierdo con su tic, tic, tic, mientras la diabólica voz seguía martillándome la cabeza. “¡Mírate, mírate despojo ojeroso, no te vendría mal algún deporte!” Si esas palabras hubieran sido las únicas, hubiera pensado que era parte del sueño tumultuoso que me había despertado, pero no, el ojo izquierdo no cesaba su parloteo. Debía irme. Era tarde. Me vestí con lo primero que encontraron mis manos y me marché del edificio, tan perturbada que ni siquiera saludé al portero por miedo a que me descubriera el fenómeno parlatán y criticón. “Ah. Ahora soy el malo de la película, ¿dónde quedó la honestidad espontánea? Destruida por una complicidad solapada.” Cállate, cállate, le susurré angustiada. ¡Cállate!, le chillé justo cuando pasaba un transeúnte que me miró desconcertado. No me salió ninguna otra palabra, sonreí y mis piernas caminaron lo más rápido que pudieron hasta la parada. Subí al ómnibus siempre mirando al piso como si ahí encontrara alguna solución. Del piso, mi mirada pasó al paisaje. Sentí la mirada de alguien, voltee al frente y vi a un niño con unos ojazos negros que sostenían la mirada, sin pestañar. “No te mira a ti, quedó hipnotizado por mi belleza natural y mi ritmo acompasado.” El niño sonrió. El padre lo tironeó, habían llegado a la parada. Cerré los ojos.

A partir de aquí puede pasar dos cosas o más:
a) Ese ojo y ella fueron los únicos testigos de algo del pasado (algún suceso insignificante que la traumo).
b) Cuenta en presente lo que le sucede a partir de ese momento y luego ella termina diciendo lo mismo que la voz y la voz desaparece.
c) Está abierta para que puedan completar la historia.

2 comentarios:

eresfea dijo...

Añadiría, una clave de salida, una cita casi-bíblica: "Que no sepa tu ojo derecho lo que hace el izquierdo".
Luego, le daría un brillo renovado al ojo izquierdo, como si pudiera emitir un punto difuso de luz: ahí entraría el terror.
La pista por la que seguiría, para empezar, es el porqué, ¿por qué pasa eso? Pensemos en algo original...
Y, ya que pasa, hay que hacer algo a propósito: no lo dejaría en un juego de miradas.

El otro yo dijo...

No, no. El juego de miradas nunca es un final, y este caso no es una excepción. Algo original, mmm, original, pucha ni la palabra lo es. A ver, que tal si los ojos izquierdos de las otras personas también hablan y lo esconden por miedo a ser tachados de “anormales”.